lunes, 26 de septiembre de 2011

Autobiografía


En casa los hábitos lectores me fueron inculcados desde la oralización de textos maravillosos y poéticos. Desde que tengo memoria, recuerdo como la voz de mis padres arrullaba las noches de negra fantasía: coplas, versos cojos, relatos populares o cuentos de hadas orquestaban una hermosa sinfonía que aguardaba con anhelo al finalizar el día. De hecho, la ocasión era también una excusa para reunirme con mis padres que en el día se ausentaban a casusa de las exigencias laborales. De esta manera, el cielo nocturno nos acercaba propiciando el ambiente adecuado para una jornada de tertulia infantil que disipaba mis miedos y pesadillas ocasionales. Así, a partir de la recitación apasionada de narraciones mágicas que usualmente improvisaba mi padre, imprimiendo la calidez y fuerza que requerían para cobrar vida en mi imaginación, las fábulas me transportaban a mundos lejanos. De forma que comencé a interesarme no solo por el reino fantástico de la literatura, sino por las artes en general ya que me ofrecían la posibilidad de personificar mis más absurdos deseos e imaginarios. 

A través de aquellos portales espacio-temporales, podía recorrer el universo de ficción tal y como si fuera un personaje inmerso en mi propia historia. Además, me era posible comprender el sentido de muchas cosas que hasta entonces ignoraba y apreciar el valor de aquello que aprendía. De esta manera,  recreaba en mi mente seres, escenarios y situaciones que debía inventar a partir tanto de las diestras descripciones del histrionismo paterno, como de mis facultades intuitivas que a menudo fallaban dando como resultado un cuento algo disparatado respecto a los criterios de verosimilitud. Este fue el caso de la historia de El Rey Pepinito, pues al oírla pensaba que era como en las fábulas, un personaje al que se le atribuyen cualidades humanas. Es decir, un vegetal –el pepino-. Lo que ignoraba era que la narración hacía referencia a un rey de Francia: Roi Pepin le Bref. Esto es, en realidad era un ser humano, no una hortaliza humanizada.


Igualmente, aquellas narraciones tenían un momento especial, se reservaban para las ocasiones en que se iba la luz, entonces mi padre me las contaba bajo el resplandor de las velitas que prendíamos mientras esperábamos a que la iluminación eléctrica regresara.  Sin embargo, para mis adentro anhelaba que aquel momento de sublime misticismo se extendiera hasta el amanecer. Los siguientes son algunos de los relatos orales que alimentaron mis ensueños infantiles, perdurando en mi memoria hasta estos días:

“En agua de Colonia
Lavaba a su Marrano, Doña Antonia

Con empeño ya tal, que daba en terco;
Pero a pesar de afán tan obstinado,
No consiguió jamás verle aseado,
Y el Marrano en cuestión fue siempre Puerco.

Es luchar contra el sino
Con que vienen al mundo ciertas gentes,
Tratar de hacerlas pulcras y decentes:
El que nace Lechón, muere Cochino.”


El viejo y la muerte

“Entre montes, por áspero camino,
Tropezando con una y otra peña,
Iba un Vejo cargado con su leña,
maldiciendo su mísero destino.
Al fin cayó, y viéndose de suerte
Que apenas levantarse ya podía,
Llamaba con colérica porfía
Una, dos y tres veces a la Muerte.
Armada de guadaña, en esqueleto,
La Parca se le ofrece en aquel punto;
Pero el Viejo, temiendo ser difunto,
Lleno más de terror que de respeto,
Trémulo la decía y balbuciente:
«Yo ... señora... os llamé desesperado;
Pero... «Acaba; ¿qué quieres, desdichado?»
«Que me cargues la leña solamente.»

Tenga paciencia quien se cree infelice;
Que aun en la situación más lamentable
Es la vida del hombre siempre amable:
El Viejo de la leña nos lo dice.”

Félix María de Samaniego

Coplas cojas:
 
"En el día sale el sol
De noche sale la luna, 
Una, dos, tres,
Tres, dos, una."
 
"Era tan gorda Sofía
y su gordura tan fofa, 
que sentarse no podía,
en el sofa."
 
"Golondrina, golondrina,
a la que el tiempo no acaba, 
y suele salir sin gaba... ardina."

Así fue como comencé a adquirir hábitos benéficos como el de la lectura, escuchando mis cuentos favoritos: Los que había aprendido mi padre de mi abuelo a través de la tradición de oralizar historias ancestrales. Por medio de este legado cultural no solo entretenía mi hiperactiva personalidad, sino que educaba mi carácter con las sabias enseñanzas familiares. Aquellas, tenían el propósito de resaltar virtudes humanas que mis padres consideraban valiosas para mi crecimiento espiritual y personal. No obstante, no se reducían a una mera lección moralista y dogmática sino que impartían la disciplina que necesitaba para formarme en sociedad; sin dejar de lado la función poética, estética y crítica que caracteriza a una buena obra artística. Entre otros de los primeros libros que miré estaban la enciclopedia de Charlie Brown, lecturas de animales y criaturas mágicas como gnomos, cuentos picarescos y de hadas.




Todo este repertorio de lecturas divertidas, al mismo tiempo representaban parte de la experiencia vital de la niñez y conformaban de cierta manera mi identidad. Del mismo, en aquellas narraciones no solo reencontraba mi ser interior –pues leía desde mi propia sensibilidad relatos que consideraba interesantes- sino que incorporaba en la conciencia saberes que llenaban de sentido lo que conocía de la existencia humana. Por ejemplo, me llamaban mucho la atención las historias amorosas y todo lo relacionado con aquel curioso afecto humano que daba lugar a los más apasionados conflictos. Entonces, me consumía en estas lecturas para confirmar el enorme impacto de esta emoción sobre el individuo y revivir las proezas altruistas de personajes amantes humanizados en este noble propósito. A la vez me sentía maravillada por la entrega a la otredad que encarnaban estos héroes dispuestos a sacrificar sus vidas en nombre del amor y su simbólica entereza de carácter. A propósito, me encantaba el cuento de “La sirenita” en su versión original de Hans Christian Andersen donde la protagonista muere convirtiéndose en espuma de mar tras haber fallado en su búsqueda amorosa. De hecho, esta versión me parecía mucho más bella que la censurada para “público infantil”, ya que expone en toda su verosimilitud dilemas humanos sustanciales como el afrontar desencanto existencial después de haber combatido en la arena de la vida por amor.    


Dichas sensaciones que tal vez en ese entonces no comprendía, me eran reveladas a través de libros con una intención realmente artística. Es decir, obras que no habían sido expurgadas de su real significado y ofrecían la posibilidad de conocer aspectos humanos más allá de las vivencias propias de la infancia. De esta manera, podía tener una visión diferente de la realidad, leída no desde el mundo de la niñez donde el amor de pareja no se ha descubierto aun, sino del desconocido universo de la adultez que comenzaba a otear con ávida curiosidad. Así, a medida que iba adquiriendo mayor cantidad de información sustanciosa me percataba de la inmensidad de la cultura, lo cual era un motivo para seguir  explorando. De hecho, esta búsqueda interminable no solo me mantenía activa sino que proporcionaba la satisfacción de lograr franquear por un instante el límite de la ignorancia y dar respuesta a algunas de mis muchas preguntas.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Preámbulo

Siendo las palabras uno de los tantos medios para la representación de los pensamientos, constituyen herramientas de comunicación a través de las cuales el hombre se recrea y se humaniza. En tanto pienso, constato mi existencia y en tanto construyo mi imagen como ser ante el mundo y ante otros,  me formo como proyecto en busqueda de su realización y esencia individual. Dicho esto, intentaré dar comienzoal relato de mi experiencia vital recurriendo al vasto universo de la palabra para transformar mis sentimientos, percepciones, evocaciones y pasiones en una elaboración literaria que intentará reflejar mi subjetividad.