Todo fin de semana comienza pronto, así que el viernes en
la tarde es la encrucijada de tiempo y espacio donde el descanso y la relajación
se manifiestan en cuerpo, mente y espíritu. Los síntomas, entonces, comenzaron a aparecer:
Ansiedad, acelere y ese no hallarse que aparece cuando en pocos días precisamos
hacer lugar tanto a deberes como derechos.
Así que siendo la libertad una cuestión
de muy compleja índole, es necesario tomar medidas concisas y consecuentes con
la brevedad del momento.
De manera que, al salir en la mañana de la universidad y
después de haber repasado algunos asuntos de la jornada académica decidí como
dice el dicho maternal “alzarme la bata”. Ojo aquí y que este término no se
preste para tergiversaciones hedonistas, pues sirva al caso el proverbio “todo
es bueno en su justa medida”. En fin, la víspera del viernes fue repartida
entre dos visitas: la que hice a mi abuela que se encuentra muy enferma, y la
que me hizo mi novio después. En la primera de éstas compartí con mi familia:
mi abuela, que acaba de ser operada por problemas cardiacos, y mis padres,
hermana, primos, tíos y tías. Todos nos
reunimos a acompañar a “Tuchi” en las malas para tratar de convertirlas en
menos malas y tal vez intentar que el calor del ambiente familiar sanara sus
dolencias.
Así, conversando pasamos
buen tiempo recordando cosas buenas, no tan buenas y en general mi abue despotricando bastante de esta bolera
y de aquel cosianfilo. Dado a que acaba de tener una intervención médica mi
papá no consideraba conveniente que se exaltara tanto por cuestiones en
realidad irrelevantes, como atender a mi bisabuela, sin embargo mi hermana y yo
pensamos que era mejor dejarla dar rienda suelta a su indignación y desahogarse
sobre todo porque cuando empieza no hay quien la detenga.
Después llego el glorioso momento de las onces, donde los
vapores del té caliente con leche se mezclan con el olor confitado de la
hojaldra, la cremosa sal del queso fresco y el helado de "Maruja de Peña" (ni en el Hado se
encuentra uno igual) placer de leche azucarada que se impregna paladar abajo. Este paréntesis gastronómico fue acompañado
igualmente de tópicos conversacionales como: ¿Cómo está Pepita de Perez de
gorda, cierto?¿Suntuosa la charla de monseñor, verdad? ¿Si vio su mercé al hijo
de Perensejo Mendieta ala como está ese chino de grande y de vago?... depronto Tuchi trajo a colación que la tía Mechis había traído ropa para la donación
organizada por la iglesia. Entonces no sé cómo ni por qué se me dio por
explorar en el canasto de la ropa vieja y siento vergüenza al decir que frustré
el acto caritativo, ya que :o h sorpresa! Y que camisa tan bonita esta y
aquella, esto sirve y lo de allá. Bueno, al menos se que usaré las prendas del
dichoso canasto así que no cunda el pánico y el que nada debe nada teme.
Igualmente, es necesario que pronto me adentre en las cavernas caóticas de mi
closet para restablecer el orden y devolver un poco de lo que tomo para
restaurar el equilibrio (como: si talas un árbol debes sembrar otros muchos más y así).
Luego, acabada la once nos despedimos (no así como indio
comido indio ido ni nada) pero a todo llega un fin y muy bonito, y lastima lo
poquito; entonces todos sacudimos el adiosero (nótese la grasa del antebrazo que se agita cuando el hastaluego) no sin antes desear una pronta
recuperación a la enfermita que se conserva muy bien para la edad y hemos
tenido mucha suerte siempre de poderla tener con nosotros hasta estos días.
Así, deseamos que el tiempo se alargue (y no solo el del fin de semana), hablo
de cosas más trascendentales como la duración de la vida, del espacio que
tenemos para compartir con nuestros seres amados y experimentar emociones
agradables (así sea una simple once al lado de bellas personas). De esta manera, la sencilla actividad de
deglución cobra una significancia y simbolismo tan humanos que terminan por
transformar una mecánica de la rutina, en la magia de la existencia digna del
ser.