sábado, 2 de junio de 2012

UN OFICIO PECULIAR


Como de costumbre los jueves almorzaba muy aprisa para llegar puntual a clase de dos a cuatro de la tarde. Ese día en particular estuve sobre el tiempo ya que antes de comer me dispuse a hacer una tarea que había pospuesto a lo largo de la semana. De manera que preparé la exposición que tenía pendiente para luego atiborrarme con los alimentos humeantes de calientes y apagué mi paladar al rojo vivo con un trago de limonada. 

Con todo y el mal humor que me produjo tener la garganta y lengua lastimadas, continúe con  mi carrera por  estar temprano en el aula. Así, rápidamente salí y pedí el ascensor, luego caminé hasta la portería del edificio y me percaté de que tenía que regresar al punto de partida porque había olvidado mi celular. Aun a pesar de aquello conservaba la esperanza de estar en el momento y lugar exactos para cumplir con mis deberes académicos, así que acelere mi marcha esperando reducir el tiempo record usual desde mi casa a la parada de bus. A toda máquina crucé las calles como vil peatona imprudente esquivando vehículos a diestra y siniestra hasta que, finalmente, me detuve y atajé el bus que veía más veloz;  ya que supuse que me acercaría a mi destino en un lapso temporal más reducido.  

Una vez adentro, pagué y ocupé una silla junto a la ventana para refrescarme con el viento pues el afán me había dejado un poco sudorosa y pegachenta. Por aquello mismo decidí sacar de mi morral un splash, remedio femenino útil contra el calor y los aromas indeseables, mientras rociaba mi cuello con el atomizador me percaté de que afuera del vehículo se oían unos golpes.  Un tanto en pánico decidí mirar en la dirección de la que provenían esos coscorrones perturbadores, me asomé con disimulo por la ventanilla y vi a un individuo apaleando las llantas del transporte público. Yo pensaba: ¿Será que está amedrentando al conductor porque no le permitió subirse? ¿Será esta alguna forma de protesta alternativa por los derechos de los vendedores ambulantes en los buses? o ¿Estará desahogando su frustración  por no haber obtenido descuento en el pasaje?... En estas cavilaciones estaba cuando vi que tras haber impactado sucesivamente todas las llantas del vehículo, se acercó a la ventanilla del chofer (me dije bueno aquí se armará pelotera y cruzaba los dedos porque la cuestión no pasara a mayores). De esta forma, decidí con prudencia meter mi cabeza y mirar a través del cristal de la ventana el desenlace de los acontecimientos. 

Pues, lo que sucedió para mi sorpresa dista mucho de lo que imaginaba al ver la escena referida,  ya que al sujeto le dieron compensación económica por su labor. Es decir, en realidad lo que intentaba hacer con el palo era chequear el aire de las llantas, hacer una revisión del estado del bus. Mentalmente me reí de mis pensamientos disparatados al ver como todo lo observado cobraba sentido cuando el busetero le largó unas monedas al trabajador. Reflexioné sobre lo ocurrido y concluí: “He aquí una de las muchas formas del rebusque tan digna como cualquiera de los quehaceres con los que nuestros conciudadanos se ganan el pan de cada día. Todos tenemos nuestro rol dentro de la sociedad y para que ésta funcione debemos ofrecer a cada ser la oportunidad de desempeñar una ocupación que le permita asegurar su subsistencia”. Iba tan deprisa ese jueves que hasta ese momento no me había concedido un espacio para mirar a mi alrededor, ver, escuchar y sentir a mi ciudad en esos sucesos de la cotidianidad que pasan a ser tan significativos cuando se hacen conscientes.