Como de costumbre los jueves almorzaba muy aprisa para
llegar puntual a clase de dos a cuatro de la tarde. Ese día en particular
estuve sobre el tiempo ya que antes de comer me dispuse a hacer una tarea que
había pospuesto a lo largo de la semana. De manera que preparé la exposición que
tenía pendiente para luego atiborrarme con los alimentos humeantes de calientes
y apagué mi paladar al rojo vivo con un trago de limonada.
Con todo y el mal
humor que me produjo tener la garganta y lengua lastimadas, continúe con mi carrera por estar temprano en el aula. Así, rápidamente
salí y pedí el ascensor, luego caminé hasta la portería del edificio y me percaté de que tenía que regresar al punto de partida porque había olvidado
mi celular. Aun a pesar de aquello conservaba la esperanza de estar en el
momento y lugar exactos para cumplir con mis deberes académicos, así que acelere
mi marcha esperando reducir el tiempo record usual desde mi casa a la parada de bus.
A toda máquina crucé las calles como vil peatona imprudente esquivando
vehículos a diestra y siniestra hasta que, finalmente, me detuve y atajé el
bus que veía más veloz; ya que supuse
que me acercaría a mi destino en un lapso temporal más reducido.
Una vez adentro, pagué y ocupé una silla junto
a la ventana para refrescarme con el viento pues el afán me había dejado un
poco sudorosa y pegachenta. Por aquello mismo decidí sacar de mi morral un
splash, remedio femenino útil contra el calor y los aromas indeseables,
mientras rociaba mi cuello con el atomizador me percaté de que afuera del
vehículo se oían unos golpes. Un tanto en
pánico decidí mirar en la dirección de la que provenían esos coscorrones
perturbadores, me asomé con disimulo por la ventanilla y vi a un individuo
apaleando las llantas del transporte público. Yo pensaba: ¿Será que está
amedrentando al conductor porque no le permitió subirse? ¿Será esta alguna
forma de protesta alternativa por los derechos de los vendedores ambulantes en
los buses? o ¿Estará desahogando su frustración
por no haber obtenido descuento en el pasaje?... En estas cavilaciones
estaba cuando vi que tras haber impactado sucesivamente todas las llantas del
vehículo, se acercó a la ventanilla del chofer (me dije bueno aquí se armará
pelotera y cruzaba los dedos porque la cuestión no pasara a mayores). De esta
forma, decidí con prudencia meter mi cabeza y mirar a través del cristal de la
ventana el desenlace de los acontecimientos.
Pues, lo que sucedió para mi
sorpresa dista mucho de lo que imaginaba al ver la escena referida, ya que al sujeto le dieron compensación
económica por su labor. Es decir, en realidad lo que intentaba hacer con el
palo era chequear el aire de las llantas, hacer una revisión del estado del
bus. Mentalmente me reí de mis pensamientos disparatados al ver como todo lo
observado cobraba sentido cuando el busetero le largó unas monedas al
trabajador. Reflexioné sobre lo ocurrido y concluí: “He aquí una de las muchas
formas del rebusque tan digna como cualquiera de los quehaceres con los que
nuestros conciudadanos se ganan el pan de cada día. Todos tenemos nuestro rol dentro
de la sociedad y para que ésta funcione debemos ofrecer a cada ser la
oportunidad de desempeñar una ocupación que le permita asegurar su subsistencia”.
Iba tan deprisa ese jueves que hasta ese momento no me había concedido un
espacio para mirar a mi alrededor, ver, escuchar y sentir a mi ciudad en esos
sucesos de la cotidianidad que pasan a ser tan significativos cuando se hacen
conscientes.