lunes, 1 de octubre de 2012

Los signos de la piel


Siempre me he preguntado cuál es la sustancia que da forma física a lo que somos, el ser corporal cuyas características presentan a una criatura prácticamente irrepetible. Pienso que la respuesta a este interrogante va, sin embargo, más allá de los hallazgos del código genético, la herencia, los factores ambientales y socio-culturales. Dichas variantes ayudan en parte a explicar la materialización de nuestra identidad en la imagen visual que adoptamos ante los otros. No obstante, existen aún elementos de los cuales no es posible dar razón a partir de teorías científicas o antropológicas. De hecho, es probable que las filiaciones estéticas e ideológicas intervengan no solo en la manera en que el ser se define al interior de un colectivo social, sino en los fenómenos de autoexpresión ampliamente difundidos en la vida urbana.
Al respecto, pienso que el cambio social de la industrialización marcó una de las mayores crisis de identidad en la historia humana ya que el desmesurado crecimiento demográfico y la globalización sumieron al individuo en el anonimato. Por esta razón creo que actualmente las personas de diferentes tradiciones alrededor del mundo han intentado hacer frente a dicha homogenización de la existencia citadina remontándose a prácticas milenarias propias de las culturas antiguas. Entre otras tendencias de modificación corporal se encuentran: el tatuaje, las perforaciones externas e internas, las expansiones, la suspensión, la escarificación y las diferentes intervenciones quirúrgicas realizadas para alterar la forma del cuerpo. Aquellas costumbres constituían antaño medios rituales a través de los cuales el miembro de una tribu o grupo humano podía dar explicación cosmológica a su presencia en la tierra y entrar en comunión con el ritmo de vida universal. No obstante, hoy en día  debido a que los lazos entre el ser humano y la naturaleza se han roto por el dominio destructivo que hemos impuesto al entorno biológico, reemplazado paulatinamente por el tecnológico, resulta cada vez más difícil hallar nuestro lugar en una sociedad cada vez más mecanizada y uniforme.

Además, las racionalizaciones de corte dogmático- religioso que censuran el cuerpo como recinto de la sensibilidad humana convirtiéndolo en espacio estéril del ascetismo y la autopunición han distorsionado una relación saludable e integral entre la unidad indisociable de cuerpo y espíritu. Por consiguiente, considero que en nuestro contexto social mayoritariamente católico dichos axiomas han tenido grandes repercusiones en la manera como el individuo se reconoce desde lo sensitivo-material ante su comunidad. Las marcas corporales son, entonces, un reclamo del derecho que posee el ser para experimentar la riqueza sensorial de su organismo, espacio para la exaltación de la vida y afectividad ante las pasiones que conmueven el alma.  Así, estas manifestaciones estéticas expresan también una liberación de la condena, impuesta por la doctrina del catolicismo, a la corporeidad como espacio del pecado original que estigmatiza la raza humana. Las reflexiones previamente aludidas dan respuesta a diversas experiencias corporales, cuyos vestigios forman parte de la representación física que me define ante la otredad. A continuación, presentaré la primera ocasión en que alteré mi cuerpo con una de aquellas formas de intervención consideradas “tabú” dentro del sistema de valores de nuestro pueblo latinoamericano:
Mis amigas me habían comentado que se trataba de un lugar donde no exigían cedula ni permiso firmado por parte de los padres responsables del menor. Una de ellas me animó mostrándome su nueva joya que pendía graciosamente del extremo de la oreja derecha y otra que atravesaba la punta de su lengua dándole una belleza inquietante. Todas estas razones de gran peso me movían a transgredir las advertencias familiares y decorar mi ombligo con uno de aquellos aretes que simulaban una lluvia de estrellas con sus destellos en la piel tersa adolescente. Mi cumpleaños número catorce se acercaba y pensé: ¿Qué mejor regalo para obsequiarme  que un ornamento de aquellos tan polémico y, sin embargo, tan emocionante? De igual forma, sabía que era un evento que resultaría definitivamente inolvidable en mi vida tan tranquilamente resguardada bajo la protección paternal.
Sí, me dije, caería bien salir del molde de vez en cuando, de todas formas siempre he permanecido apegada a las reglas que han trazado quienes se preocupan por mi destino. No obstante, ¿Qué pasaría si fuese yo quien determinara el camino a seguir? Por simple lógica concluí que era hora de realizar grandes cambios interiores y que aquello que parecía un insignificante adorno en mi vientre pasaría a ser un objeto cargado de significado infractor a los ojos del círculo familiar. Justo lo que secretamente deseaba para lograr una relativa independencia ante los criterios que coartaban mi autonomía. El comentario de una de mis compinches me sacó abruptamente de estas profundas cavilaciones, ella se refería al caso de una chica cuya perforación en el ombligo le había causado unas terribles nauseas acompañadas de violentas emesis.  Aquello me disuadía de llevar a cabo la empresa tan anhelada, pues aunque no podía dejar de imaginar aquella hermosa argolla prendida de mi piel, temía ocasionar lesiones graves a ese bien tan frágil y preciado que es la salud.

Fue, entonces, esa tarde que salimos con el grupo de amistades a explorar aquel sitio del cual habíamos hablado previamente. El local de piercings y tatuajes se encontraba en el centro comercial que frecuentábamos para llenar nuestro tiempo de ocio vitrineando y comiendo en algún café. Así, salimos de casa con la excusa de ir a entretenernos en nuestros hobbies habituales y tal vez mirar en los almacenes de ropa algo diferente, ya que la adolescencia hace que mudes de talla tan rápido como cambian tus gustos. Cuando llegamos al establecimiento me sorprendí por la variedad de aretes que había para las distintas partes del cuerpo de todos los tamaños y colores, bastante llamativos. Las chicas se la pasaban hablando de que el perforador era muy atractivo, una de ellas decía que había escogido ese lugar para hacerse sus piercings por el encanto seductivo de aquel hombre.
En ese momento, vimos que salía una joven con un lindo rocío brillante en su ombligo, el zarcillo simulaba gotas de lluvia cristalizadas en su vientre y le daba a su cuerpo esbelto un aspecto sobrenatural de ensoñación fantástica. Mis amigas, entonces, reanudaron su labor persuasiva y me animaron a apuntarme en la lista para ser la siguiente en perforarse. Esta vez sin vacilar me determiné a dar un salto al vacío y sentir algo que mi ser consciente jamás había vivido - en teoría pues me abrieron perforaciones en la orejas cuando tenía escasos meses de edad, sin embargo, esto era socialmente aceptado-. Así, lo que al principio fue una salida sin ningún compromiso para conocer un lugar atípico en nuestro entorno, se convirtió en la decisión definitiva de cruzar un pequeño límite para definir mi carácter al margen de los condicionamientos sociales, culturales y religiosos.